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REPORTE ESPECIAL-Rusia, afectada por exceso heroína y negación
30 de Enero de 2011 • 06:22
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Por Amie Ferris-Rotman
TVER, RUSIA (Reuters) - En su departamento de un solo ambiente, ante la mirada de gatos de porcelana sobre un estante y con olor a moho en el aire, Zoya se baja el hombro izquierdo de su blusa negra y se alista para su próxima dosis.
Un amigo y ex adicto usa un encendedor para calentar una piedrita de heroína afgana en una pequeña jarra de vidrio, la mezcla con agua filtrada y la inyecta en el hombro de Zaya.
Esta viuda de 44 años está en la ruina: VIH positivo, con sobrepeso y diabética. Después de 12 años de vender y abusar de las drogas, las venas en sus antebrazos y pies están cubiertas de costras, muy débiles para recibir nuevas inyecciones.
Cabellos teñidos de rojo enmarcan su rostro, maquillado para hacer juego con su manicure. Mientras la mezcla viscosa entra en su sistema, los ojos de Zoya se ponen vidriosos y ella empieza a cavilar sobre su destino y el de su país.
"Nosotros somos muchos. ¿Qué quieren hacer (los del Gobierno)? ¿Matarnos? ¿Quieren reunirnos para ahogarnos? Me preocupa la generación del mañana", afirma.
Si Zoya es parámetro de algo, a los rusos de hoy no les va de maravilla. Rusia tiene uno de los mayores problemas de heroína del mundo, con hasta 3 millones de adictos, según organizaciones no gubernamentales locales.
Hoy, a través de Asia central, llega a Rusia el 21 por ciento de las 375 toneladas de heroína producidas en campos de opio de Afganistán, según Naciones Unidas. En comparación, China, con nueve veces más personas, consume sólo un 13 por ciento. El Gobierno ruso estima que sus ciudadanos compraron el año pasado 17.000 millones de dólares de heroína a precio de calle, aproximadamente 7.000 millones de dosis.
La adicción mata como mínimo a 30.000 rusos al año, un tercio de las muertes ligadas a la heroína en el mundo, lo que incrementa la presión sobre la ya reducida población del país.
El problema es tan grave que el presidente Dmitry Medvedev calificó el año pasado la heroína como una amenaza para la seguridad nacional.
Esa es una razón por la que en octubre pasado, 21 años después del final de la guerra soviética en Afganistán, tropas rusas unieron fuerzas con soldados estadounidenses para lanzar operaciones conjuntas en cuatro laboratorios afganos.
La operación, que destruyó casi una tonelada de heroína, fue considerada un éxito y los enemigos de la Guerra Fría dijeron que les gustaría ver más redadas así en Afganistán, donde se produce el 90 por ciento de la heroína del mundo.
Pero a nivel local Rusia ha sido mucho menos activa para abordar el problema. Críticos incluso acusan a Moscú de abandonar deliberadamente a sus ciudadanos y avivar así lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) denomina una de las epidemias de sida de más rápido crecimiento del mundo.
A diferencia de la mayoría de los países del mundo, Rusia se niega a financiar programas de reducción de daños como el intercambio de agujas o la legalización de la metadona. En los últimos meses, Moscú decidió suspender el trabajo de donantes y ONG extranjeras con adictos a la heroína. Recientemente, el Gobierno incluso responsabilizó a grupos extranjeros por agravar la epidemia de VIH del país.
Tanto expertos en salud como drogadictos apuntan a la inacción oficial como el principal culpable. Es como si Moscú hubiese malinterpretado el viejo eslogan estadounidense contra las drogas de "Sólo di que no" y estuviese dándole la espalda a la crisis.
"Mi Gobierno no hace nada por mí. Ya no soy una persona en esta sociedad", dice Zoya, quien vive en Tver, una ciudad gris de medio millón de habitantes no muy lejos de la autopista Moscú-San Petersburgo, y cuyo esposo, también un adicto, murió de SIDA hace varios años.
Anya Sarang, de la Fundación Andrey Rylkov para la Salud y la Justicia Social, una pequeña entidad local financiada por la ONU, dice que Rusia está defraudando a su pueblo.
"Para los principales grupos proclives a la enfermedad - usuarios de drogas, trabajadoras sexuales e inmigrantes - no hay absolutamente nada para ellos", sostiene Sarang.
EL OSO ORGULLOSO
Funcionarios rusos tienen un extenso historial respecto a negaciones de crisis. Desde la negativa del Gobierno soviético a brindar ayuda durante la hambruna de la década de 1920 a su lenta reacción al accidente nuclear de Chernobyl en 1986, las respuestas de los altos mandos combinaron a menudo la indiferencia con el encubrimiento.
Durante la ola de calor de agosto pasado, mientras las turbas incendiadas y el humo acre mataban a cientos de personas, los funcionarios permanecieron en silencio por semanas sobre los efectos del humo para la salud.
Una de las razones detrás de lo apresurado de la negación radica en la psiquis nacional. Rusia es un país muy patriótico, con una larga historia de Gobiernos fuertes alejados de las preocupaciones cotidianas de los ciudadanos comunes.
Después del humillante colapso de la Unión Soviética hace 20 años y la calamidad y la pobreza que lo sucedieron, el Gobierno de Vladimir Putin (ex presidente y actual primer ministro) permitió al oso ruso volver a mostrar su fuerza en el escenario internacional.
Pero mientras Moscú hace alarde de organizar eventos deportivos de alto perfil como las Olimpiadas de Invierno y la Copa Mundial de fútbol, ignora la realidad cotidiana, según la trabajadora de la salud Sarang.
"Rusia está tratando de preservar cierta imagen política, mostrando que todo está bien. Ha quedado claro que esto no es más que una mentira", aseveró.
La mayoría de los rusos ven la verdad a su alrededor. La historia de Zoya se repite tan a menudo por los nueve husos horarios del país que resulta difícil ignorar la realidad.
El Gobierno estima incluso que en el país hay 1,8 millones de usuarios de heroína; activistas y doctores ubican el número más cerca de los 3 millones y en un estudio de junio pasado, la ONU afirmó que había 2,34 millones de usuarios o que estos ascendían a 1,64 por ciento de la población de Rusia.
Ese el tercer mayor índice de abuso de heroína per capita del mundo, después de Afganistán e Irán. En términos absolutos, según la ONU, Rusia es el número uno.
La heroína era casi desconocida en la era soviética, pero ahora es de fácil acceso en cualquier ciudad del país. En Tver, una localidad con una industria relativamente pequeña y pocos prospectos laborales para los jóvenes, las calles están repletas de desechos de drogas: jeringas y agujas usadas. Las transacciones son una escena común en las esquinas de Tver.
El zar de la guerra anti-narcóticos de Rusia, Viktor Ivanov, quien dirige el Servicio Federal de Control de Drogas - un poderoso organismo gubernamental - responsabiliza a las porosas fronteras del país por la demanda de heroína.
"Lamentablemente, en 1991 nos encontramos de repente sin fronteras", dijo Ivanov a periodistas en diciembre, refiriéndose al colapso de la Unión Soviética.
La ex república soviética de Tayikistán, que linda con Afganistán y es uno de los países más pobres del mundo, hace mucho que es un refugio del contrabando de drogas desde Afganistán, donde los tayikos tienen lazos étnicos. Desde allí la heroína pasa por Kirguistán y Kazajistán hasta Rusia.
VINCULO CON EL SIDA
Ahora el problema de las drogas se ha agravado con el SIDA. Oficialmente, Rusia tiene 520.000 personas registradas como VIH-positivo. El sida se ha propagado con rápidez en la última década, especialmente entre los consumidores de drogas que regularmente comparten agujas no esterilizadas.
El Gobierno estima que alrededor de un tercio de los usuarios de drogas en Rusia son VIH positivo; y a expertos en salud rusos y extranjeros les preocupa que la enfermedad esté empezando a extenderse entre la población general por medio del sexo entre personas heterosexuales.
El mayor de los problemas, según expertos en salud, es la negativa del Gobierno a abordar la crisis de drogadicción del país. La falta de intervención oficial es notable.
En Rusia sólo hay 70 programas de intercambio y distribución de agujas, los cuales cubren a apenas un 7 por ciento de los heroinómanos, según la Asociación Internacional para la Reducción de Daños (IHRA, por sus siglas en inglés) con sede en Londres.
En términos de intercambio de agujas, "Rusia ni siquiera está rozando la superficie", dice Rick Lines, jefe de IHRA.
Todos los programas funcionan con financiación extranjera. El apoyo del Gobierno es nulo. No es que el Gobierno carezca de poder. En un área de la epidemia del sida donde sí muestra actividad -el traspaso de madre a hijo- ha reducido los índices de contagio a casi cero.
AYUDA EN CARRETERAS
Ante la inacción del Gobierno, han surgido grupos de base por todo el país.
En las afueras de Tver, Yuri Surin estaciona cada noche su Toyota en una parada de camiones sobre la autopista Moscú-San Petersburgo. Ahí, entre las 19.00 y 04.00 horas, entrega jeringas limpias y preservativos a prostitutas, muchas de las cuales trabajan para satisfacer sus adicciones.
"Si no estuviese aquí, ¿adónde irían estas muchachas? ¿Quién las ayudaría? Nadie", dice Surin, mientras un trío de prostitutas con botas hasta las rodillas y chaqueras de aviador se acercan a su auto.
La organización de Surin, Nosotros y el SIDA, consta de él mismo, un segundo trabajador comunitario y un chofer. Los suministros que reparte cada noche y los equipos que usa para realizar análisis a las mujeres provienen de médicos y grupos occidentales solidarios que quieren ayudar.
Una noche de noviembre, Olga, una prostituta de 20 años entra al auto de Surin para realizarse un análisis de SIDA. Surin frota un indicador de unos 5 centímetros sobre sus encías y lo inserta dentro de una bandeja de plástico, mientras Olga fuma nerviosamente un cigarrillo y sacude sus cabellos enfadada con su destino, haciendo balancear sus aretes bañados en oro.
Después de estudiar el resultado -negativo- la prostituta arroja el indicador por la ventanilla del auto y se dirige luego hasta el habitáculo de un camión al otro lado de la gravilla, donde la esperan clientes.
CONSIDERADO INSUFICIENTE
El Ministerio de Salud dice haber gastado 10.000 millones de rublos (320,5 millones de dólares) en análisis y tratamiento para el sida -mayormente en medicamentos retrovirales- en 2010. Pero activistas y expertos en salud afirman que la suma es insuficiente si se la compara con otros países del G-20 y los enfermos son sistemáticamente ignorados.
En un informe de 2010, la OMS dijo que sólo un quinto de los rusos que necesitaban tratamiento para combatir el SIDA lo estaban recibiendo. Sudáfrica, el país con la mayor población de personas VIH-positivo del mundo - y cuyo Gobierno hasta hace poco era criticado por negar la epidemia - entrega medicamentos a casi el doble de esa proporción.
"Apelaciones, juicios y acción popular, nada funciona", dice Alexandra Volgina, directora de la Fundación Candle para personas VIH-positivo, una ONG en San Petersburgo.
Cuando se le preguntó al Ministerio de Salud por qué tantos enfermos rusos carecían de acceso a los medicamentos para el SIDA, el portavoz de la cartera respondió: "La cantidad invertida fue considerada suficiente".
PROBLEMAS POBLACIONALES
Los rusos usualmente culpan al alcohol por sus problemas de salud. Datos oficiales muestran que el ruso promedio bebe 18 litros de alcohol puro cada año, comparado con los 14 litros de un ciudadano promedio en Francia y ocho en Estados Unidos.
Desde tiempos de los zares se han realizado esporádicas campañas oficiales contra el alcoholismo, usualmente con poco éxito. En septiembre del año pasado Rusia prohibió la venta nocturna de bebidas de alta graduación alcohólica, en relación con la propuesta de duplicar el precio mínimo del vodka en los próximos dos años, a fin de disminuir la ingesta.
"El Gobierno es más bueno con los alcohólicos que con nosotros", dice Valera, un heroinómano y residente de Tver de 32 años, cuyas escamas en las manos y el rostro están cubiertas de costras rosas producto de una década de uso. Al igual que muchos drogadictos, Valera no trabaja y se niega a decir cómo financia su hábito de 300 dólares diarios.
La Sociedad Internacional para la lucha contra el SIDA (IAS), con sede en Ginebra, advierte que si Moscú continua sin tomar medidas, es probable que el número de nuevos infectados de VIH en Rusia aumente entre un 5 y 10 por ciento al año, acercando el problema a un "nivel endémico".
Según el presidente de IAS, Elly Katabira, la tasa de infección será constante, incluso sin contagios adicionales de afuera del país.
Eso afectaría a la ya decreciente población de Rusia, recientemente denominada como una "crisis demográfica" por el presidente Dmitry Medvedev.
El fuerte consumo de tabaco, el alcoholismo, la contaminación, la pobreza, las bajas tasas de natalidad en los años posteriores a la caída del comunismo y el sida sostienen las proyecciones de la ONU de que la población disminuirá a 116 millones para el 2050, desde los 142 millones actuales.
Moscú - que da dinero a las madres que tengan dos o más hijos - apunta a que la población llegará a los 145 millones para el 2025, pero admite que podría caer a 127 millones para el 2031.
DESESPERADOS POR METADONA
Si hay algo que escandaliza a funcionarios y activistas extranjeros más que cualquier otra cosa de la respuesta de Moscú ante su problema de heroína, es el veto a la metadona.
La OMC considera que la metadona es esencial para combatir la dependencia a la heroína, pero en Rusia cualquiera que la use o distribuya podría afrontar hasta 20 años en prisión, una pena igualmente dura para la heroína.
Denominada una droga de reemplazo, la metadona es ingerida por vía oral, de modo que reduce el riesgo de infección del VIH y es usada en todo el mundo para tratar la adicción al opio.
Rusia es uno de los tres países en Europa del este y central que prohíben la droga, junto con Turkmenistán y Uzbekistán, donde el consumo de heroína es relativamente bajo.
China, que tiene más de un millón de adictos a la heroína registrados, y donde cálculos extraoficiales colocan la cifra varias veces por sobre la oficial, tiene más de 680 lugares de suministro de metadona.
La metadona es un potente opiáceo sintético, pero puede eliminar los agonizantes síntomas de abstinencia que los adictos experimentan cuando dejan la heroína. Sus principales ventajas son que debe provenir de una fuente del servicio de salud, en dosis controladas y sin agujas. Esto da a los adictos alguna oportunidad de recuperarse para siempre.
En Tver, Yuri Ivanov, doctor y vice director de la Clínica Estatal de Narcología de la Región de Tver, está anonadado por la prohibición.
"¿Por qué los funcionarios limitan mi trabajo?", pregunta en su oficina de la derruida clínica gris, que se encuentra cerca de una calle no pavimentada del centro de la ciudad.
"Todo lo que están tratando de hacer es lo opuesto a lo que necesitamos. Me cuesta entender (...) La situación está agravándose. Cuando no se tiene acceso a la medicina real, los drogadictos vuelven inequívocamente a las drogas", dijo.
Ivanov a veces les da tropicamida a sus pacientes, una droga usada por cirujanos oftalmólogos para dilatar las pupilas y que tiene efectos similares a la heroína.
Los adictos hablan de sus inusuales encuentros con usuarios de metadona con un dejo de asombro e incluso magia.
"Todos nosotros conocemos la metadona y la queremos. Llega gente que la ha usado y podemos ver al instante cuánto mejor y más alegres viven", dice Valera, el adicto de Tver, en oraciones entrecortadas, afectado tras haberse inyectado.
Pero Moscú no cambiará de actitud.
"La medicina se ha vuelto más peligrosa que la enfermedad. Estaríamos reemplazando un mal con otro. ¿Y por qué haríamos eso?" dijo el zar anti narcóticos Ivanov. Gennady Onischenko, el principal doctor del país, rechazó reiteradas veces la metadona por ser "un narcótico de todos modos".
Dentro de la gran estrategia anti narcóticos del Gobierno lanzada en junio pasado, no se hizo mención de las terapias sustitutivas, aunque Moscú dice que ahora está dedicada a reducir la demanda de droga.
Eso significa que los cuatro centros federales y 77 centros regionales de rehabilitación seguirán tratando a los adictos con psicoterapia, asesoramiento o simples calmantes.
ENCADENADOS A LAS CAMAS
El vacío creado por la falta de terapias sustitutivas efectivas quedó en evidencia en un incidente de octubre pasado en la ciudad de Nizhny Tagil en las montañas Ural.
El activista Yegor Bychkov, de 23 años, fue sentenciado a tres años y medio en prisión por secuestrar a drogadictos. Bychkov dijo haber recibido permiso de los padres de los adictos para llevarse a sus hijos por la fuerza y encadenarlos a las camas mientras pasaban por la dolorosa desintoxicación.
Ivanov elogió a Bychkov, diciendo que había actuado con buena voluntad; la directora del comité parlamentario de salud, Olga Borzova, dijo que el Estado era responsable por su arresto, ya que él había obrado por desesperación.
La Iglesia Ortodoxa Rusa también emitió su opinión. Si bien su posición oficial se opone a la educación sexual y considera el uso de heroína como un pecado, ha creado sus propios centros de rehabilitación que ofrecen asesoramiento religioso. Además, mantiene debates regulares con la ONU sobre la crisis de VIH.
Lamentablemente, puede que ese tipo de iniciativas sean riesgosas. Hace casi dos años, la Fiscalía recibió la orden del Consejo de Seguridad de Rusia de reforzar las medidas contra ONG's que defienden la terapia de sustitución. Desde entonces, se ha detenido a activistas que distribuían agujas gratuitas acusados de colaborar con el uso de drogas.
"Funcionarios del Gobierno ruso sistemáticamente anuncian falsedades sobre la reducción de daños, y disuaden a los que hablen a favor de ella. Hablar honestamente sobre la evidencia que apoya la eficacia de la metadona es algo peligroso (en Rusia)", dijo Rick Lines, de IHRA.
Puede que ese sea el motivo por el que se rompieron los lazos entre el Fondo Mundial para la lucha contra el SIDA; Tuberculosis y Malaria de la ONU - que presiona para que se legalice la metadona - y el Ministerio de Salud de Rusia.
El fondo aporta la mayor parte de recursos para la prevención del sida en Rusia y otorgó subsidios a Rusia por 351 millones de dólares para el período 2004-2011. Ahora sólo quedan 16 millones de esa partida y ésta corre el riesgo de ser recortada este año.
Lo peor de todo, dicen expertos en salud y ONGs locales, es la decisión del Ministerio de Salud de sacar de funcionamiento los programas del Fondo Mundial de distribución de agujas, concientización sobre VIH y medicación.
(Reporte adicional de Ee Lyn Tan en Pekín, Maria Stromova en Moscú y Roman Kozhevnikov en
TVER, RUSIA (Reuters) - En su departamento de un solo ambiente, ante la mirada de gatos de porcelana sobre un estante y con olor a moho en el aire, Zoya se baja el hombro izquierdo de su blusa negra y se alista para su próxima dosis.
Un amigo y ex adicto usa un encendedor para calentar una piedrita de heroína afgana en una pequeña jarra de vidrio, la mezcla con agua filtrada y la inyecta en el hombro de Zaya.
Esta viuda de 44 años está en la ruina: VIH positivo, con sobrepeso y diabética. Después de 12 años de vender y abusar de las drogas, las venas en sus antebrazos y pies están cubiertas de costras, muy débiles para recibir nuevas inyecciones.
Cabellos teñidos de rojo enmarcan su rostro, maquillado para hacer juego con su manicure. Mientras la mezcla viscosa entra en su sistema, los ojos de Zoya se ponen vidriosos y ella empieza a cavilar sobre su destino y el de su país.
"Nosotros somos muchos. ¿Qué quieren hacer (los del Gobierno)? ¿Matarnos? ¿Quieren reunirnos para ahogarnos? Me preocupa la generación del mañana", afirma.
Si Zoya es parámetro de algo, a los rusos de hoy no les va de maravilla. Rusia tiene uno de los mayores problemas de heroína del mundo, con hasta 3 millones de adictos, según organizaciones no gubernamentales locales.
Hoy, a través de Asia central, llega a Rusia el 21 por ciento de las 375 toneladas de heroína producidas en campos de opio de Afganistán, según Naciones Unidas. En comparación, China, con nueve veces más personas, consume sólo un 13 por ciento. El Gobierno ruso estima que sus ciudadanos compraron el año pasado 17.000 millones de dólares de heroína a precio de calle, aproximadamente 7.000 millones de dosis.
La adicción mata como mínimo a 30.000 rusos al año, un tercio de las muertes ligadas a la heroína en el mundo, lo que incrementa la presión sobre la ya reducida población del país.
El problema es tan grave que el presidente Dmitry Medvedev calificó el año pasado la heroína como una amenaza para la seguridad nacional.
Esa es una razón por la que en octubre pasado, 21 años después del final de la guerra soviética en Afganistán, tropas rusas unieron fuerzas con soldados estadounidenses para lanzar operaciones conjuntas en cuatro laboratorios afganos.
La operación, que destruyó casi una tonelada de heroína, fue considerada un éxito y los enemigos de la Guerra Fría dijeron que les gustaría ver más redadas así en Afganistán, donde se produce el 90 por ciento de la heroína del mundo.
Pero a nivel local Rusia ha sido mucho menos activa para abordar el problema. Críticos incluso acusan a Moscú de abandonar deliberadamente a sus ciudadanos y avivar así lo que la Organización Mundial de la Salud (OMS) denomina una de las epidemias de sida de más rápido crecimiento del mundo.
A diferencia de la mayoría de los países del mundo, Rusia se niega a financiar programas de reducción de daños como el intercambio de agujas o la legalización de la metadona. En los últimos meses, Moscú decidió suspender el trabajo de donantes y ONG extranjeras con adictos a la heroína. Recientemente, el Gobierno incluso responsabilizó a grupos extranjeros por agravar la epidemia de VIH del país.
Tanto expertos en salud como drogadictos apuntan a la inacción oficial como el principal culpable. Es como si Moscú hubiese malinterpretado el viejo eslogan estadounidense contra las drogas de "Sólo di que no" y estuviese dándole la espalda a la crisis.
"Mi Gobierno no hace nada por mí. Ya no soy una persona en esta sociedad", dice Zoya, quien vive en Tver, una ciudad gris de medio millón de habitantes no muy lejos de la autopista Moscú-San Petersburgo, y cuyo esposo, también un adicto, murió de SIDA hace varios años.
Anya Sarang, de la Fundación Andrey Rylkov para la Salud y la Justicia Social, una pequeña entidad local financiada por la ONU, dice que Rusia está defraudando a su pueblo.
"Para los principales grupos proclives a la enfermedad - usuarios de drogas, trabajadoras sexuales e inmigrantes - no hay absolutamente nada para ellos", sostiene Sarang.
EL OSO ORGULLOSO
Funcionarios rusos tienen un extenso historial respecto a negaciones de crisis. Desde la negativa del Gobierno soviético a brindar ayuda durante la hambruna de la década de 1920 a su lenta reacción al accidente nuclear de Chernobyl en 1986, las respuestas de los altos mandos combinaron a menudo la indiferencia con el encubrimiento.
Durante la ola de calor de agosto pasado, mientras las turbas incendiadas y el humo acre mataban a cientos de personas, los funcionarios permanecieron en silencio por semanas sobre los efectos del humo para la salud.
Una de las razones detrás de lo apresurado de la negación radica en la psiquis nacional. Rusia es un país muy patriótico, con una larga historia de Gobiernos fuertes alejados de las preocupaciones cotidianas de los ciudadanos comunes.
Después del humillante colapso de la Unión Soviética hace 20 años y la calamidad y la pobreza que lo sucedieron, el Gobierno de Vladimir Putin (ex presidente y actual primer ministro) permitió al oso ruso volver a mostrar su fuerza en el escenario internacional.
Pero mientras Moscú hace alarde de organizar eventos deportivos de alto perfil como las Olimpiadas de Invierno y la Copa Mundial de fútbol, ignora la realidad cotidiana, según la trabajadora de la salud Sarang.
"Rusia está tratando de preservar cierta imagen política, mostrando que todo está bien. Ha quedado claro que esto no es más que una mentira", aseveró.
La mayoría de los rusos ven la verdad a su alrededor. La historia de Zoya se repite tan a menudo por los nueve husos horarios del país que resulta difícil ignorar la realidad.
El Gobierno estima incluso que en el país hay 1,8 millones de usuarios de heroína; activistas y doctores ubican el número más cerca de los 3 millones y en un estudio de junio pasado, la ONU afirmó que había 2,34 millones de usuarios o que estos ascendían a 1,64 por ciento de la población de Rusia.
Ese el tercer mayor índice de abuso de heroína per capita del mundo, después de Afganistán e Irán. En términos absolutos, según la ONU, Rusia es el número uno.
La heroína era casi desconocida en la era soviética, pero ahora es de fácil acceso en cualquier ciudad del país. En Tver, una localidad con una industria relativamente pequeña y pocos prospectos laborales para los jóvenes, las calles están repletas de desechos de drogas: jeringas y agujas usadas. Las transacciones son una escena común en las esquinas de Tver.
El zar de la guerra anti-narcóticos de Rusia, Viktor Ivanov, quien dirige el Servicio Federal de Control de Drogas - un poderoso organismo gubernamental - responsabiliza a las porosas fronteras del país por la demanda de heroína.
"Lamentablemente, en 1991 nos encontramos de repente sin fronteras", dijo Ivanov a periodistas en diciembre, refiriéndose al colapso de la Unión Soviética.
La ex república soviética de Tayikistán, que linda con Afganistán y es uno de los países más pobres del mundo, hace mucho que es un refugio del contrabando de drogas desde Afganistán, donde los tayikos tienen lazos étnicos. Desde allí la heroína pasa por Kirguistán y Kazajistán hasta Rusia.
VINCULO CON EL SIDA
Ahora el problema de las drogas se ha agravado con el SIDA. Oficialmente, Rusia tiene 520.000 personas registradas como VIH-positivo. El sida se ha propagado con rápidez en la última década, especialmente entre los consumidores de drogas que regularmente comparten agujas no esterilizadas.
El Gobierno estima que alrededor de un tercio de los usuarios de drogas en Rusia son VIH positivo; y a expertos en salud rusos y extranjeros les preocupa que la enfermedad esté empezando a extenderse entre la población general por medio del sexo entre personas heterosexuales.
El mayor de los problemas, según expertos en salud, es la negativa del Gobierno a abordar la crisis de drogadicción del país. La falta de intervención oficial es notable.
En Rusia sólo hay 70 programas de intercambio y distribución de agujas, los cuales cubren a apenas un 7 por ciento de los heroinómanos, según la Asociación Internacional para la Reducción de Daños (IHRA, por sus siglas en inglés) con sede en Londres.
En términos de intercambio de agujas, "Rusia ni siquiera está rozando la superficie", dice Rick Lines, jefe de IHRA.
Todos los programas funcionan con financiación extranjera. El apoyo del Gobierno es nulo. No es que el Gobierno carezca de poder. En un área de la epidemia del sida donde sí muestra actividad -el traspaso de madre a hijo- ha reducido los índices de contagio a casi cero.
AYUDA EN CARRETERAS
Ante la inacción del Gobierno, han surgido grupos de base por todo el país.
En las afueras de Tver, Yuri Surin estaciona cada noche su Toyota en una parada de camiones sobre la autopista Moscú-San Petersburgo. Ahí, entre las 19.00 y 04.00 horas, entrega jeringas limpias y preservativos a prostitutas, muchas de las cuales trabajan para satisfacer sus adicciones.
"Si no estuviese aquí, ¿adónde irían estas muchachas? ¿Quién las ayudaría? Nadie", dice Surin, mientras un trío de prostitutas con botas hasta las rodillas y chaqueras de aviador se acercan a su auto.
La organización de Surin, Nosotros y el SIDA, consta de él mismo, un segundo trabajador comunitario y un chofer. Los suministros que reparte cada noche y los equipos que usa para realizar análisis a las mujeres provienen de médicos y grupos occidentales solidarios que quieren ayudar.
Una noche de noviembre, Olga, una prostituta de 20 años entra al auto de Surin para realizarse un análisis de SIDA. Surin frota un indicador de unos 5 centímetros sobre sus encías y lo inserta dentro de una bandeja de plástico, mientras Olga fuma nerviosamente un cigarrillo y sacude sus cabellos enfadada con su destino, haciendo balancear sus aretes bañados en oro.
Después de estudiar el resultado -negativo- la prostituta arroja el indicador por la ventanilla del auto y se dirige luego hasta el habitáculo de un camión al otro lado de la gravilla, donde la esperan clientes.
CONSIDERADO INSUFICIENTE
El Ministerio de Salud dice haber gastado 10.000 millones de rublos (320,5 millones de dólares) en análisis y tratamiento para el sida -mayormente en medicamentos retrovirales- en 2010. Pero activistas y expertos en salud afirman que la suma es insuficiente si se la compara con otros países del G-20 y los enfermos son sistemáticamente ignorados.
En un informe de 2010, la OMS dijo que sólo un quinto de los rusos que necesitaban tratamiento para combatir el SIDA lo estaban recibiendo. Sudáfrica, el país con la mayor población de personas VIH-positivo del mundo - y cuyo Gobierno hasta hace poco era criticado por negar la epidemia - entrega medicamentos a casi el doble de esa proporción.
"Apelaciones, juicios y acción popular, nada funciona", dice Alexandra Volgina, directora de la Fundación Candle para personas VIH-positivo, una ONG en San Petersburgo.
Cuando se le preguntó al Ministerio de Salud por qué tantos enfermos rusos carecían de acceso a los medicamentos para el SIDA, el portavoz de la cartera respondió: "La cantidad invertida fue considerada suficiente".
PROBLEMAS POBLACIONALES
Los rusos usualmente culpan al alcohol por sus problemas de salud. Datos oficiales muestran que el ruso promedio bebe 18 litros de alcohol puro cada año, comparado con los 14 litros de un ciudadano promedio en Francia y ocho en Estados Unidos.
Desde tiempos de los zares se han realizado esporádicas campañas oficiales contra el alcoholismo, usualmente con poco éxito. En septiembre del año pasado Rusia prohibió la venta nocturna de bebidas de alta graduación alcohólica, en relación con la propuesta de duplicar el precio mínimo del vodka en los próximos dos años, a fin de disminuir la ingesta.
"El Gobierno es más bueno con los alcohólicos que con nosotros", dice Valera, un heroinómano y residente de Tver de 32 años, cuyas escamas en las manos y el rostro están cubiertas de costras rosas producto de una década de uso. Al igual que muchos drogadictos, Valera no trabaja y se niega a decir cómo financia su hábito de 300 dólares diarios.
La Sociedad Internacional para la lucha contra el SIDA (IAS), con sede en Ginebra, advierte que si Moscú continua sin tomar medidas, es probable que el número de nuevos infectados de VIH en Rusia aumente entre un 5 y 10 por ciento al año, acercando el problema a un "nivel endémico".
Según el presidente de IAS, Elly Katabira, la tasa de infección será constante, incluso sin contagios adicionales de afuera del país.
Eso afectaría a la ya decreciente población de Rusia, recientemente denominada como una "crisis demográfica" por el presidente Dmitry Medvedev.
El fuerte consumo de tabaco, el alcoholismo, la contaminación, la pobreza, las bajas tasas de natalidad en los años posteriores a la caída del comunismo y el sida sostienen las proyecciones de la ONU de que la población disminuirá a 116 millones para el 2050, desde los 142 millones actuales.
Moscú - que da dinero a las madres que tengan dos o más hijos - apunta a que la población llegará a los 145 millones para el 2025, pero admite que podría caer a 127 millones para el 2031.
DESESPERADOS POR METADONA
Si hay algo que escandaliza a funcionarios y activistas extranjeros más que cualquier otra cosa de la respuesta de Moscú ante su problema de heroína, es el veto a la metadona.
La OMC considera que la metadona es esencial para combatir la dependencia a la heroína, pero en Rusia cualquiera que la use o distribuya podría afrontar hasta 20 años en prisión, una pena igualmente dura para la heroína.
Denominada una droga de reemplazo, la metadona es ingerida por vía oral, de modo que reduce el riesgo de infección del VIH y es usada en todo el mundo para tratar la adicción al opio.
Rusia es uno de los tres países en Europa del este y central que prohíben la droga, junto con Turkmenistán y Uzbekistán, donde el consumo de heroína es relativamente bajo.
China, que tiene más de un millón de adictos a la heroína registrados, y donde cálculos extraoficiales colocan la cifra varias veces por sobre la oficial, tiene más de 680 lugares de suministro de metadona.
La metadona es un potente opiáceo sintético, pero puede eliminar los agonizantes síntomas de abstinencia que los adictos experimentan cuando dejan la heroína. Sus principales ventajas son que debe provenir de una fuente del servicio de salud, en dosis controladas y sin agujas. Esto da a los adictos alguna oportunidad de recuperarse para siempre.
En Tver, Yuri Ivanov, doctor y vice director de la Clínica Estatal de Narcología de la Región de Tver, está anonadado por la prohibición.
"¿Por qué los funcionarios limitan mi trabajo?", pregunta en su oficina de la derruida clínica gris, que se encuentra cerca de una calle no pavimentada del centro de la ciudad.
"Todo lo que están tratando de hacer es lo opuesto a lo que necesitamos. Me cuesta entender (...) La situación está agravándose. Cuando no se tiene acceso a la medicina real, los drogadictos vuelven inequívocamente a las drogas", dijo.
Ivanov a veces les da tropicamida a sus pacientes, una droga usada por cirujanos oftalmólogos para dilatar las pupilas y que tiene efectos similares a la heroína.
Los adictos hablan de sus inusuales encuentros con usuarios de metadona con un dejo de asombro e incluso magia.
"Todos nosotros conocemos la metadona y la queremos. Llega gente que la ha usado y podemos ver al instante cuánto mejor y más alegres viven", dice Valera, el adicto de Tver, en oraciones entrecortadas, afectado tras haberse inyectado.
Pero Moscú no cambiará de actitud.
"La medicina se ha vuelto más peligrosa que la enfermedad. Estaríamos reemplazando un mal con otro. ¿Y por qué haríamos eso?" dijo el zar anti narcóticos Ivanov. Gennady Onischenko, el principal doctor del país, rechazó reiteradas veces la metadona por ser "un narcótico de todos modos".
Dentro de la gran estrategia anti narcóticos del Gobierno lanzada en junio pasado, no se hizo mención de las terapias sustitutivas, aunque Moscú dice que ahora está dedicada a reducir la demanda de droga.
Eso significa que los cuatro centros federales y 77 centros regionales de rehabilitación seguirán tratando a los adictos con psicoterapia, asesoramiento o simples calmantes.
ENCADENADOS A LAS CAMAS
El vacío creado por la falta de terapias sustitutivas efectivas quedó en evidencia en un incidente de octubre pasado en la ciudad de Nizhny Tagil en las montañas Ural.
El activista Yegor Bychkov, de 23 años, fue sentenciado a tres años y medio en prisión por secuestrar a drogadictos. Bychkov dijo haber recibido permiso de los padres de los adictos para llevarse a sus hijos por la fuerza y encadenarlos a las camas mientras pasaban por la dolorosa desintoxicación.
Ivanov elogió a Bychkov, diciendo que había actuado con buena voluntad; la directora del comité parlamentario de salud, Olga Borzova, dijo que el Estado era responsable por su arresto, ya que él había obrado por desesperación.
La Iglesia Ortodoxa Rusa también emitió su opinión. Si bien su posición oficial se opone a la educación sexual y considera el uso de heroína como un pecado, ha creado sus propios centros de rehabilitación que ofrecen asesoramiento religioso. Además, mantiene debates regulares con la ONU sobre la crisis de VIH.
Lamentablemente, puede que ese tipo de iniciativas sean riesgosas. Hace casi dos años, la Fiscalía recibió la orden del Consejo de Seguridad de Rusia de reforzar las medidas contra ONG's que defienden la terapia de sustitución. Desde entonces, se ha detenido a activistas que distribuían agujas gratuitas acusados de colaborar con el uso de drogas.
"Funcionarios del Gobierno ruso sistemáticamente anuncian falsedades sobre la reducción de daños, y disuaden a los que hablen a favor de ella. Hablar honestamente sobre la evidencia que apoya la eficacia de la metadona es algo peligroso (en Rusia)", dijo Rick Lines, de IHRA.
Puede que ese sea el motivo por el que se rompieron los lazos entre el Fondo Mundial para la lucha contra el SIDA; Tuberculosis y Malaria de la ONU - que presiona para que se legalice la metadona - y el Ministerio de Salud de Rusia.
El fondo aporta la mayor parte de recursos para la prevención del sida en Rusia y otorgó subsidios a Rusia por 351 millones de dólares para el período 2004-2011. Ahora sólo quedan 16 millones de esa partida y ésta corre el riesgo de ser recortada este año.
Lo peor de todo, dicen expertos en salud y ONGs locales, es la decisión del Ministerio de Salud de sacar de funcionamiento los programas del Fondo Mundial de distribución de agujas, concientización sobre VIH y medicación.
(Reporte adicional de Ee Lyn Tan en Pekín, Maria Stromova en Moscú y Roman Kozhevnikov en
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